vuélcate en mis alforjas, caliéntate en mis brasas.
Hazme saber tu antiguo vaivén de dulces olas
y el temblor de tus trigos y de tus aguas.
Empáñame los ojos con tus silbos agudos,
desparrama las frutas de los albos manteles,
rueda por mi deseo, doncella de luz muda,
vasija de los goces, traspásame los huesos.
Grita, paloma, grita, crúzame con tus llamas,
deja un reguero de ayes que laten en mis sienes.
En mis espaldas arda la flor de tu arañazo
bajo el sol implacable que cae de los cielos.
Yace, pequeña muerte, desnuda y extenuada,
caña rota, guitarra que mana sangre y médula.
¡Pasarán largos años de páramo, amor mío,
y esta espesura nuestra no podrán disolverla!
Fernando González-Urízar
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