Levantas la mirada
y hay un peso de grávidas sombras
que sostienes,
un silencio sorprendido
en pleno alimentarse de vuelos.
Nada es tan simple y hondo
como tu silencio
hecho de infinitos hilos de
angustia
volando hasta mezclarse
en una limpia trama de lágrimas.
Me pasaría horas viéndote callar,
oyéndote mirar,
palpando tu lejanía de eco en la
llanura.
Ni un árbol puede ser como tú:
delgada, con toda una copa
encima del alto cielo.
Fernando
González-Urízar