se encogía a lo lejos, llena de paños largos, 
como un poniente graso que sus ondas retira. 
Casi una lluvia fina -¡el cielo azul!- mojaba 
tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino 
de la luz! Tan dorada te miré que los soles 
apenas se atrevían a insistir, a encenderse 
por ti, de ti, a darte siempre 
su pasión luminosa, ronda tierna 
de soles que giraban en torno a ti, astro dulce, 
en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso, 
que empapa luces húmedas, finales, de la tarde 
y vierte, todavía matinal, sus auroras.
Vicente Aleixandre 

1 comentario:
Leer a Aleixandre es experimentar la absoluta belleza de las palabras...
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