Déjame navegar del norte al sur de tu cuerpo diminuto. Quiero ir a la fragua oscura de tus cabellos recogidos y beberme el vino oscuro de tus ojos. De esos ojos amplios y nocturnos que algún día me avistaran como el naufrago perdido en que me he convertido. Quiero morder tus labios desbocados y volver del fondo de tu boca, derrotado, junto a tus palabras. Al instante lamer lentamente el azahar de tu sonrisa.
Besar tus orejas para que el sonido quede fuera de los dos y se derrame haciendo eco en nuestro territorio de caminos oscuros.
Y atraco, en el puerto umbrío de tus mejillas, el barco desnudo de mis cinco dedos desplegado como las velas al viento furioso. Las miro, las toco, las beso, me repliego, como un abanico, y las vuelvo a descubrir, a acariciarlas a besarlas de nuevo con esa furia desbocada de animal salvaje en que me he transformado desde que me acosa la noche hambrienta. Por el rumbo de tu nariz crepuscular, encallan las cuatro aberturas de mis dedos infinitos abriendo y derramando los dedos de nuevo sobre tus pómulos y virando hacia la dulce cereza escondida de entre tus labios o el laberinto de amor que sugieren tus orejas
Y ahora bajo por la península estrecha de tu cuello montado en un buque de besos, haciendo bordadas pausadas por la costa invariable de tu pecho embrujado. Dejo que el viento del Norte guiñe el rumbo, placidamente, hacia la blanca espuma de la playa que son tus senos apretados y fondeo en ellos con un ansia brutal mi avariciosa sed de naufrago. Descerrajo la pasión orzando hacia tus exactos pezones de calderas rosadas y me pierdo en esa geografía apasionada. Voy bajando por tu vientre sigiloso, mientras el viento del sur trae aromas del negro olor de bosque inconcluso que se encuentra a jornadas de tu ombligo inacabado. Me detengo y lo circundo, palmo a palmo, con las velas ya hechas jirones. Mis manos de Tierra aprietan la tibia miel de tu breve cintura mientras el enjambre de mis besos pone rumbo, desatado, a tu ardiente copa de espiga de trigo.
La noche se adelgaza trémula y crece como una ola desmedida. La noche de Julio se detiene, orgullosa, como un agua feroz, como un barco roto Y como una gaviota hace círculos… Ahora te hago señales desde tus minúsculos dedos meridionales y tú sonríes a la noche oceánica que golpea en las ventanas, “Carne de greda inocente, cómo recuerdo tu piel. Tengo las manos untadas con la mansedumbre de tu desnudez…”
José Candau