Una a una,
cual perlas de un rosario,
yo repaso las letras de tu nombre;
y en mi torpe vigilia,
con extraño tesón
desgrano sus vocales;
una a una,
reiterada,
tercamente,
me las llevo a los labios,
poco a poco saboreo sus sonidos,
los diluyo en mi lengua,
y tu nombre se obstina hasta el quejido.
Consciente del prejuicio, yo me impongo
borrarte o arrojarte de mi mente...
por fin... he aquí: las sombras... el vacío...
Mas de pronto, amanece.
¡Y al instante florece con la aurora!
late en el más hondo de todos mis secretos,
extraña flor, entre mis labios prende
fútil calor en largas soledades;
manan de mí,
triunfan en mí,
perennemente,
las seis letras de tu nombre.
Pilar Acevedo
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