Maduro el mundo,
no te aguardaba ya.
Llegaste alegre, ligeramente rubia,
resbalando en lo blando
del tiempo. Y te miré.
Que hermosa
me pareciste aun, sonriente, vivida, frente a la luna aun niña, prematura
en la tarde, sin luz, graciosa en aires dorados; como tu,
que llegabas sobre el azul, sin beso, pero con dientes claros, con impaciente amor!
Te mire. La tristeza se encogia a lo lejos,
llena de paños largos, como un poniente
graso que sus ondas retira.
Casi una lluvia fina - el cielo, azul
mojaba tu frente nueva.
Amante, amante era el destino de la luz!
Tan dorada te mire que los soles apenas se atrevían a
insistir, a encenderse por ti, de ti,
a darte siempre su pasión luminosa,
ronda tierna de soles que giraban en torno a ti,
astro dulce, en torno a un cuerpo
casi transparente, gozoso que empapa
luces húmedas, finales, de la tarde,
y vierte, todavía matinal, sus auroras.
Eras tu, amor, destino, final amor luciente,
nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.
Pero no. Tu asomaste. Eras ave, eras cuerpo,
alma solo? Ah, tu carne traslucida besaba
como dos alas tibias, como el aire que
mueve un pecho respirando, y sentí tus
palabras, tu perfume, y en el alma
profunda, clarividente diste fondo.
Calado de ti hasta el tuétano de la luz,
sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.
En mi alma nacía el dia.
Brillando estaba de ti, tu alma en mi estaba.
Senti dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.
Mis sentidos dieron su dorada verdad.
Senti a los pájaros en mi frente
piar, ensordeciendo mi corazón.
Mire por dentro los ramos, las cañadas luminosas,
las alas variantes, y un vuelo de plumajes
de color, de encendidos presentes me embriago,
mientras todo mi ser a un mediodia,
raudo, loco, creciente se incendiaba
y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos
de amor, de luz, de plenitud, de espuma.
Vicente Aleixandre
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