Si yo fuese Dios y tuviese el secreto haría un ser exacto a ti;
lo probaría (a la manera de los panaderos cuando prueban el pan, es decir: con la boca),
y si ese sabor fuese igual al tuyo, o sea tu mismo olor, y tu manera de sonreír,
y de guardar silencio, y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño -de esto sí estoy seguro: pongo tanta atención cuando te beso-; entonces, si yo fuese Dios, podría repetirse y repetirse,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste por la que ibas a ser dentro de nada.
Ángel González
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